martes, febrero 27, 2007

 

No me toques el pito que me irrito

Un mundo el de las pegatinas en los coches.
No sé si es patrimonio exclusivo de los horteras o cualquiera puede apuntarse a ellos.

Como pegatina inútil siempre he considerado la de "si puedes leer esto es que estás demasiado cerca". Si está demasiado cerca y encima se entretiene leyendo cartelitos, vamos listos.
Y uno que nunca llegaré a entender es el de "Bebé a bordo".
Imagino que cuando uno se hace padre considera que el mundo debería tenerle más respeto y deja el mensaje para que todos los conductores tengan cuidado.
Me parece bien, yo siempre he pensado que, si un día voy a tener un accidente, procuraré hacerlo contra un coche que no tenga el cartelito. Que tampoco tiene sentido, porque no siempre el bebé va dentro del coche, o puede que el cartel dejara de tener validez hace 10 años.
Me parece normal que el padre vaya con más cuidado, pero pretender que el resto del mundo evite hacer pirulas a los padres es hilar muy fino.

Todo esto para contar cómo usa el claxon la gente en esta bendita ciudad.
En general la gente es de hacer poco ruido. En el transporte público llega a asustar lo callados que son (ahora me vienen las clases de lengua en las que explicaban eso de usar dos palabras contradictorias: escandaloso silencio es lo que hay en el metro).
Con el coche es parecido, no suelen pitar para abroncar (a toro pasado), sino para avisar, por ejemplo a un coche que va marcha atrás y no ha visto que otro se está acercando.
Está el timbre del tranvía, que ni asusta ni nada, lo encuentro hasta agradable (muchas veces tengo ganas de amagar delante del tranvía para que el conductor lo haga sonar). Es bonito, pero al ser tan delicado pierde parte de su utilidad.
Aunque el pito también tiene su público.
Cada vez que alguien me da una pitada (siempre que cojo la bici recibo una pitada como mínimo, se ve que no me siento realizado si vuelvo a casa de vacío) me giro para comprobar que el conductor es turco o macarrilla chandalero (o las dos cosas a la vez, que también es muy probable).

En cuanto a mí, aún tengo que dominar el timbre de la bici.
Está ahí, como el del coche, pero en lo que soy consciente de que necesito usarlo, pienso qué mano debo usar, miro al manillar para encontrarlo, suelto la mano, averiguo el funcionamiento y estoy listo ya pasó el peligro. Me sale más a cuenta esquivar al peatón.
Otra opción es gritar.
Muchos ciclistas echan la bronca al que ocupa el carril bici (para cuando entiendo a los que me gritan ya se han alejado cien metros).
Ya tengo estudiado lo de avisar a los peatones con la voz en lugar del timbre. Sé cómo decir "cuidado", pero para cuando tengo la palabra en la boca ya he tenido tiempo de esquivar al peatón y pasar 3 semáforos.

Será cuestión de pasar más tiempo por las calles.

viernes, febrero 23, 2007

 

Yo quisiera ser civilizado como los animales

Una muestra más del sinsentido del mundo de la canción: civilizado como los animales.
De acuerdo que los humanos somos bastante cafres y nos da por destruir cosas y ayudar al calentamiento global.
Pero los animales también tienen lo suyo, que según la especie está bien visto el parricidio, infanticidio, canibalismo, coprofagia (esto último lo he visto personalmente a los perros) y otras muchas cosas.

La culpa la tiene Disney, que saca a todos los animalitos bonitos y majetes y la gente se cree todo lo que ve en la pantalla.
Y no es verdad, que era muy bonito cuando Baloo cuidaba a Mowgli aunque uno fuera un oso y el otro un humano. Pero tampoco hay que olvidar que, a pesar de lo malos que eran los humanos, el malo malísimo era el tigre.

Todo esto para hablar de los animales que se encuentran en esta bendita ciudad, sin mencionar a sus vecinos (ni siquera los punkies).

Aparte de lo que se puede ver en el zoo, como es normal, me sorprendió la variedad, para ser una gran ciudad.
Seguramente es lo mismo que en cualquier otro sitio, pero hasta llegar aquí no me había parado a mirar.

Enumerando lo visto, tengo cuervos, palomas, ratas por el centro (a unos cien metros del ayuntamiento), ardillas, un día vi un zorro, algún conejo creo recordar que también y petirrojos (¿por qué me viene primero txantxangorri? Los idiomas se unen para atacarme).
Me amenazaron al poco de llegar (como con tantas otras cosas) con que a estas alturas del año sólo quedarían cuervos, cuervos por todos lados: por el suelo, volando, en los árboles, en los tejados, alrededor de las papeleras...
Supongo que no está haciendo tanto frío como debería y por eso sigo viendo algo de variedad.
Los cuervos me dan un poco de miedo. Aparte de los oscuros y tristes que parecen, me intriga de qué se alimentan estos bichos por aquí. Porque no comen miguitas de pan.
Cuando los veo por la calle voy con cuidado, seguro que el día que tropiece y caiga esos bichos se abalanzan sobre mí para picarme.

De todas formas, el mayor contacto que tengo es con los perros en el metro (en todo caso, contacto visual únicamente).

martes, febrero 20, 2007

 

Déjalos, para una fiesta que tienen

A estas alturas ya tengo bastante claro que la mayor actividad cultural y fiestera de este bendito país se concentra sobre todo en esta bendita ciudad.

Sin embargo tiene la generosidad suficiente para no acaparar absolutamente todas las fiestas, les deja algo a los demás, como el Mercadillo de Navidad de Nuremberg, la fiesta de octubre que se celebra en Munich en septiembre, la calle de las putas en Hamburgo y el carnaval en Düsseldorf y Colonia.

Esta vez tocó carnaval.
Como cualquier par de ciudades vecinas que se precien, Colonia y Düsseldorf son rivales (como mínimo para el carnaval), de tal forma que no se puede comparar la fiesta en una con la de la otra, no se pueden cantar canciones que alaban al enemigo, etc. Hasta escuché una canción que decía algo como que se puede celebrar el carnaval en Munich, Stuttgart o Berlín, pero que de ninguna manera en Colonia.
A los berlineses lo que suceda a orillas del Rin les importa bastante poco. Que se desahoguen cantando sus canciones hasta quedarse ciegos.

Por lo que vi, hay tres reglas para disfrutar del carnaval: disfrazarse, emborracharse y romper botellas contra el suelo.
Una vez más, no conseguí integrarme y cumplí una de tres. Mamá, espero que en esta ocasión sí estés orgullosa de este elegido apartheid.

Esto de los disfraces está divertido, uno se da un paseo y aplaude a los que tienen disfraces orginales, admira a los que se lo han currado (con más o menos éxito, lo importante es el cariño con que lo hacen) y desprecia a los que, a última hora, compraron un traje ya hecho (con estos, además, me sentía identificado).
Otro punto importante es emborracharse, casi más que lo del disfraz.
Los niños no, a esos los padres los llevan muy formalitos. Pero desde luego eran mayoría los adultos (o larvas de adulto), con su botella de cerveza en la mano.
Lo de romper las botellas, sinceramente no lo tengo claro, yo sólo veía muchos cristales por el suelo. Creo que sólo la mitad eran destrozadas al primer intento, el resto simplemente se dejaban en el suelo y luego, por accidente, se acababan rompiendo.
Porque eso de dejar las botellas en el suelo es de los más cívico que hay.
No es como tirar desperdicios, hay gente que se dedica a recoger las botellas vacías y cambiarlas por dinero en los supermercados.
De siempre lo he visto, por las estaciones de metro es fácil encontrar a alguien asomando a las papeleras y recoger botellas.
Porque por aquí cobran un depósito de unos 15 céntimos (ó 25, depende del recipiente) por botella, incluso al comprarla en el supermercado. Luego ese dinero lo devuelven al entregar el frasco.
Con todo lo tacaños que dicen que son los alemanes, en las fiestas son capaces de dejar en un rincón (o incluso entregar en mano) las botellas vacías para que alguien las recoja y se gane el sueldo (seguro que mucho dinero en algunas fiestas). También es cierto que son más de lo normal los que recuperan el depósito de la botella aunque no necesiten el dinero.

Me comentaba alguien que con máscara uno se atreve a hablar con todo el mundo, porque no se le reconoce. Sin máscara aquí tampoco me conoce nadie. La idea me hizo reflexionar.

viernes, febrero 16, 2007

 

Flora y fauna

Aunque por el título lo pueda parecer, no toca hablar de alemanes, lo de fauna está ahí sólo por estética.

Realmente tampoco toca hablar de la abundante flora de la ciudad salpicada de parques.

Me centraré en los vegetales de mi casa, que tampoco son tan abundantes.
La limpieza la llevo bastante bien y de momento no hay visos de que vaya a crecer musgo, líquenes, ni helechos.
La única flora que hay en casa es una planta, sin incluirme a mí los sábados a la hora de la siesta.
La planta es feucha, pero aguanta lo que le echen. Mejor dicho, lo que no le echen, porque el agua la ve de lejos, cuando paso con la jarra a la hora de comer.Lo que aguanta la pobre.

Me siento orgulloso de haber comprado la planta nada más llegar (durante el primer mes), dando un toque de color a la casa, ya que la austeridad es la nota dominante en las paredes.

Intenté negarlo en su momento, pero debo reconocer que compré la más barata de la tienda. Una floristería de chinos, que sospecho comparte trastienda con la frutería china de al lado.
Cumple los requisitos necesarios para una tienda regentada por chinos: horarios indefinidos, estilo cutre, calidad rozando la legalidad (según el día, la roza por encima o por debajo), etc.
La planta es sosita, un tronco de un grosor aproximado a un dedo y pelado, pelado hasta una altura de un palmo (unos tíos en París guardando una barra de platino-iridio en condiciones estabilísimas como referencia del sistema métrico para que luego yo me dedique a utilizar mi cuerpo como elemento de medida; no hay respeto por los profesionales). A esa altura de un palmo empiezan las hojas, finas y alargadas.
El tiesto también es bastante pobre, ¿es posible que los chinos inyecten aire en la tierra para que con la tercera parte del material se ocupe el mismo volumen y así reducir costes? A mí me parece que esa tierra es muy blanda. Para intentar compensar me dedico a echar los posos del café, poco a poco parece que va compactando.

De todas formas, ya va siendo hora de comprar una planta que dé más alegría, que la de ahora no tiene conversación, todo son monólogos por mi parte.
Quizá una planta con más color, un verde más brillante, alguna flor, pueda darme más juego.

Ya tengo casi decidido ponerla en la mesita delante del sofá, que al tenerla en un rincón la olvido. Al menos que la nueva se revele si intento quitarle sitio para poner los pies mientras veo una peli.

martes, febrero 13, 2007

 

Cine, cine, cine. Más cine por favor

En el festival de este año de la Berlinale... ¿Por qué será que cada vez que pienso en esta palabra me viene la voz de Gasset?
Es un señor al que no creo que haya visto en la tele más de 5 minutos seguidos. Pero también hay que reconocer que es un clásico y que lo sacan a menudo en los programas de zapping.

Ando metido de lleno en la quincuagésimo séptima edición.
Ahora le suelto yo a un alemán la palabrota esta (quincuagésimo séptima) y después le comento lo difícil que es su idioma. Lo mínimo que debería hacerme, para mantener la dignidad, sería escupirme en la cara.
De todas formas, los ordinales son tan poco usados (a partir del 10 la gente se pierde) que ningún alemán debería preocuparse por no conocerlos.
¡No lo usa ni la gente que vive del idioma! Uno valora más su propia lengua cuando se está pegando con los demás.

En esta época los cines se llenan de pelis raras (algunas de ellas seguro que acabarán en el limbo del cine), la ciudad se llena de carteles, alfombras rojas, famosos, cámaras de televisión, cámaras de fotos, cinéfilos, buscadores de autógrafos, buscadores de fortuna...
Ya he visto todo eso, excepto a los famosos. O quizá sí los he visto y no los he reconocido.

Me da la impresión de que lo más importante de esta semana es que la ciudad vive de las rentas durante el resto del año (o durante varios años más, si se da el caso).
El bar donde estuvo George Clooney, el restaurante cuyo dueño es amigo de Angelina Jolie y Brad Pitt, aquel a cuya puerta vomitó Britney Spears (este no lo conozco y puede que aún no exista; pero está claro que es cuestión de tiempo, en cuanto pase de gira por aquí).

Desde que ando por esta bendita ciudad el tema del cine es una locura.
He visto peli en versión original (inglés) con subtítulos en alemán, alemana (en alemán) sin subtítulos, española doblada al alemán, multi-idioma con subtítulos en alemán (útiles de verdad para entender a los mexicanos), versión original (inglés) sin subtítulos...
Lo bueno de todo esto es descubrir cosas, películas desconocidas que ni de lejos me plantearía ir a ver, la pureza del original frente a la versión doblada (que aún está por ver si es mejor pureza o apreciar los detalles).
Lo que de verdad estoy descubriendo es cuántas cosas se pueden comprender de una peli incluso sin entender el diálogo, basándose en las caras de los actores, los decorados, lo que uno espera de la peli, lo que cada uno pueda aportar de su propia cosecha...
Aunque todo esto, en una peli de Almodóvar con tantos y tan complejos diálogos, no sé yo.


viernes, febrero 09, 2007

 

Happy End

Parece un título para anunciar una despedida y no es así.
Aunque en realidad un poco sí, es la marca de papel higiénico que hay en el súper al lado de mi casa.
No estoy seguro de que esa sea la marca que compro, suelo elegir por el tacto más que por la vista.
Lo que está claro es que la marca me encanta, las cosas claras, nada de eufemismos de perritos corriendo por la casa. Antes de abrir el paquete ya se ve cuál es el objetivo de la empresa.

Ya metidos en papeles, creo que aún no me he quejado lo suficiente de los periódicos de este bendito país.
A mí siempre me ha parecido lo más cómodo el formato del ABC, ejemplo a seguir en la prensa española; parece que, de los de tirada nacional, sólo La Razón sigue esa línea.

Pues, con lo inmanejable que es un periódico español, son una maravilla comparado con lo de aquí.
El tamaño de las hojas es más o menos el doble, se hace casi imposible ir por el metro leyendo eso.
Además, en lugar de poner todas las hojas una encima de otra y luego doblar por la mitad, para dejarlo en formato libro (dentro de lo que cabe), les da por hacer eso mismo para cada sección.
Total, que cogen cuatro hojas tamaño sábana, las juntan y las doblan, como en cualquier periódico normal. Eso es la sección deportes. Con la sección internacional hacen lo mismo; igual que con la nacional, sección noticias curiosas etc.
Digamos que ya tienen varios periódicos. Eso se apila y se vuelve a doblar por la mitad, para que parezca uno solo.

La primera vez que cogí uno de estos empecé a desdoblar y aquello no acababa.
Luego ya vi las secciones, busqué como pude algo interesante, me cogí ese bloque y no sabía qué hacer con el resto. ¿Se supone que luego debo dejar todas las secciones en el mismo orden que las encontré o son elementos totalmente independientes?
El otro día vi a un señor en el tranvía con sus 20 hojas, dobladas y retorcidas, intentando leer algo.
En cuanto pasó de página se le cayeron la mitad al suelo. Con toda la filosofía del mundo (sin soltar tacos ni nada) recogió las hojas, las juntó como pudo y ahí lo dejó. No cuadraban las hojas ni de lejos, seguro que hasta había unas boca arriba y otras boca abajo, pero más no se podía hacer.
Este señor, que llevará toda la vida lidiando con esto y aún no lo tiene dominado. He perdido toda la esperanza de conseguirlo; quizá si me pongo una tarde en casa, con 4 metros cuadrados de suelo, podría hacer algo. Está claro que en el metro ni me lo planteo.

Y la tentación de leer periódicos está ahí. Que hay unas cuantas personas repartidos por los bares (seguro que en más sitios, a mí me encuentran en los bares) que ofrecen una suscripción gratuita para los domingos. No sé cuánto tiempo ni qué periódico, alguno de tirada nacional.
No entiendo por qué siempre digo que no, será la costumbre de rechazar por sistema.
El otro día una chica hasta nos informó de lo que le pagaban a ella por suscripción y ni aún así fuimos capaces de aceptar.

Lo poco que nos habría costado ayudar a una persona. Se ve que gracias a nosotros no se va a acabar con el paro.


martes, febrero 06, 2007

 

-¿Usted no nada nada? -No traje traje

Si hace unos 7 años alguien me hubiera adivinado el futuro y me hubiera ubicado en una situación la mitad de extraña que en la que estoy ahora me habría reído.

En realidad, me habría reído aunque hubiera dicho algo más coherente si lo hubiera leído en los posos del café, en las cartas o por la forma en la que me sale la uña del dedo meñique del pie.

Aparte de estar trabajando en un país ajeno, deseando aprender un idioma hostil y muchas otras cosas más, por encima de todo está el tema del vestir.
Esto es una traición continua a mí mismo y a todo en lo que creía.
Tantos años renegando de trabajar con traje y corbata y aquí me veo, que llevo una media de una vez al mes (o más).

Me prometía a mí mismo que si alguna vez me hacían trabajar de uniforme (que, al fin y al cabo, esto es lo que es), pediría un extra en el sueldo, algo así como el plus de peligrosidad que tienen los TEDAC.
Nada, ni eso. De momento considero que me compensa, un poco de sufrimiento de vez en cuando a cambio de canapés no lo veo tan mal.
La última vez me tuve que quitar el último botón de la camisa porque sentía que la sangre no me llegaba a la cabeza y podía desmayarme (más todas las consecuencias que tiene la falta de oxígeno en el cerebro).

Y es que lo de la camisa y la chaqueta aún lo entiendo, pero no le encuentro ningún sentido a la corbata.
Que un cacho de tela colgando del cuello sea símbolo de elegancia no hay por donde agarrarlo.
Un invento croata esto de la corbata; o al menos de algún país balcánico. Eso y el chispazo que hacía falta para comenzar la I Guerra Mundial, las mayores aportaciones a la humanidad que han hecho en esa región; les pilla de todo a los pobres.

Que uno se pregunta de qué sirve ir todos los días a trabajar con el traje.
Los primeros días todavía se puede engañar a la gente y hacerles creer que debajo hay alguien serio. Pero después de una semana el disfraz sobra, ya queda claro quién es un impresentable por mucha facha que tenga.

Aún pienso que deberían vender los trajes en las tiendas de ropa de trabajo: entre el mono de fontanero y la cofia de criada encajaría perfectamente, como uniforme de trabajo.


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