lunes, julio 30, 2007

 

4 millones frente a 7

A veces me gusta tener un sitio donde poder escribir las cosas que no soy capaz de decir.
Lo malo es que hay cosas que me gustaría no tener que escribir.
Para compensar hay cosas que, aunque quiero, no soy capaz ni de escribir.

Esta bendita ciudad está ahora más triste.
La culpa esta vez no la tiene la nube permamente, ni el frío, ni los alemanes, ni la comida, ni el idioma.
4 millones de alemanes no se han dado cuenta, pero se ha ido la alegría de la ciudad.
Por el otro lado, 7 millones de catalanes no son conscientes de lo que les ha caído del cielo.

Intento atacar con sus propias armas y el camino para la solución, el único que se me ha ocurrido, es poner un anuncio. Tengo que estudiar si tienen más éxito los anuncios en prensa, internet o carteles en las farolas, lo único claro es que aquí se puede buscar cualquier cosa a través de un anuncio.
Los ejemplos son tantos: compañero de piso; sustituto para realquilar la habitación durante el mes de vacaciones (o por 17 días, que no hace falta ni recoger la ropa); compañero de coche en un viaje de 2 horas; alguien a quien cortar el pene y comerlo -después de cocinarlo- antes de matar a su dueño (y esta es una noticia real de hace unos años); comprador para una colección de libros a la que le faltan la mitad de las hojas... lo que sea.

Estoy preparando la lista de requisitos. Preveo que tendré que hacer de Dr. Frankenstein y coger trocitos de muchas personas, porque no encontraré a nadie que cumpla ni la mitad:
Sonrisa casi permamente.
Risa fácil incluso con los chistes malos.
Capacidad de levantarse en mitad de la comida para poder gesticular, saltar, brincar, gritar o lo que haga falta con tal de explicar una historia y que quede clara.
Planes sin parar, ideas para parar un tren: viajes, restaurantes, sitios para visitar, parques, museos, cursos, tardes... para luego cumplir con un tercio de todos ellos. Tanta iniciativa como pereza.
Indecisión continua. Que sea capaz de ir de una decisión a la contraria en cuestión de segundos; y con la misma velocidad volver a cambiar, o encontrar un opción nueva con la que dudar.
Juerga sin parar, hasta la hora que haga falta. Y las 24 horas siguientes de recuperación.
Amor/odio por el idioma. Y que me apoye cuando me quejo de él. Y que me contradiga cuando mi baja autoestima dice que nunca podré hablarlo.

Al final acabaré sustituyendo todo eso por un poco de melancolía.

jueves, julio 19, 2007

 

Complejo de inquisidor

Empiezo a sospechar que los historiadores nos cuentan las cosas como les apetece. No es que la Inquisición se dedicara a quemar brujas por mantener el imperio del miedo y tener a la población a su merced. A esa gente le gustaba hacer barbacoas y compartirlas con el pueblo. Otra cosa es que en aquellos tiempos la comida sólo estuviera al alcance de los nobles y al final tiraran de lo que más a mano tenían: pecadores, que de esos está el mundo lleno.

Hubo algún momento de mi vida en que pensé que el hombre sabía hacer fuego por instinto.
El hombre como macho, no como ser humano. Si una mujer sabe encender y mantener un fuego será porque le ha visto algún sentido práctico.
Con el tiempo he ido descubriendo que más que de una virtud se trata de una tendencia pirómana que se trata de ocultar y sale a la luz cuando se hace una barbacoa.

Me gusta cómo se lo montan en Alemania.
Ya no sé decidir si por la importancia que le dan o justamente por lo contrario. La mezcla de la contradicción, seguramente.
Por un lado las barbacoas podrían llegar a un punto de obsesión. No están acostumbrados a días que inviten a comer en el campo y, en cuanto ven un rayo de sol, se lanzan a ello.
Se colocan en los parques, a la orilla del río, en el jardín de casa, en la terraza/balcón de casa... seguro que alguno ha montado parrillada en una maceta junto al aparcamiento.
Por otra parte, no le dan tanto bombo como en España, que podemos tirarnos una semana de planificación. Más bien hablando de planificación; la gracia está en improvisar a última hora.
El mito del alemán planificador se cae por su propio peso en este tema.
Nadie puede predecir si mañana hará buen día, así que si hoy hace sol, se tira de carpe-diem, se va al super a comprar comida y bebida y al lío. En menos de una hora puede convertirse de sugerencia en realidad.
Y ni siquiera necesitan gran infraestructura: tienen las cosas básicas necesarias y con eso sale perfecto. Ni platos ignífugos que se podrían usar para recoger hierro fundido en una acería, ni cubiertos, vasos, sillas, mesas, nevera, hielo, paellera... nada.
Basta la barbacoa, unas pinzas (esto va por gustos, un par para manejar el carbón y otro para la comida o mezclar una cosa con otra) y una manta para sentarse.
Esa forma de simplificarlo todo me hace pensar si lo llevarán en los genes. O se lo enseñan desde pequeñitos en el cole.
Quizá sea necesario para considerarse alemán.
Puede que lo exijan para acceder a la ciudadanía. Esto explicaría que los turcos intentaran compensar su falta de integración y problemas con el idioma mediante el fuego (si una cosa la llevan muy mal y la otra muy bien, la media acaba siendo algo neutral).

Y todo esto sin entrar a valorar a los hombres-barbacoa.
Son unos señores que suelen estar por el centro (zona turística) y tienen una mochila con bombona de gas por detrás y por delante la parrilla donde asan las salchicas (el catálogo de productos se acaba ahí).
La imagen es como la de las cigarrilleras de los clubes de alterne de las películas de los 50 pero a lo bruto.
Cargan con todo, seguro que algunos tienen la cocina más pequeña que lo que llevan estos a cuestas.
Y si en verano es duro por el calor, en invierno tienen que aguantar la lluvia y el frío ahí parados. Y a algún graciosillo al que le parece divertido hacerse una foto con el pobre explotado (ay, yo todavía no consigo quitarme esta vergüenza de encima).

A la hora de marcharse, dejar las botellas tiradas no es guarrería, es solidaridad con los que se dedican a recogerlas. Entre 8 y 25 céntimos según el tipo de botella.
Para ellos seguro que es más agradable que asomarse a las papeleras de las estaciones, que es donde los suelo ver, algunos incluso con linterna para inspeccionar bien.

Lo que fallamos de momento es a la hora de empezar. Si a las 10 oscurece y empezamos a las 9, con la iluminación que hay la carne acaba cruda o quemada. Es emocionante como la ruleta rusa.


martes, julio 10, 2007

 

La cesta de la compra

Los supermercados me pierden, me vuelven loco.
En el sentido literal, no me refiero a que no pueda vivir sin ellos, sino a que aquello parece un laberinto.
Ya no sé si soy más corto que el cliente medio, pero cada vez que entro salgo sin comprar la mitad de las cosas previstas.
Estoy seguro de que es una conspiración, cada dos días cambian las cosas de sitio y así no hay manera de enterarse.
Por otro lado, puede que yo pida la luna y no encuentro las cosas simplemente porque no están.
De los cuatro que tengo cerca de casa, sólo uno cumple las mínimas normas del orden. El más caro y en el que nunca hay gente a la puerta con una botella. Seré un pijo.

Tema aparte son las conversaciones con los cajeros.
Tres viajes necesité para aprender que en algunos sitios me preguntaban si tenía tarjeta de cliente. Dos viajes más para ser consciente de que la piden incluso por una compra de un euro.
Un poco más tardé en entender cuando me ofrecían corazones (otro programa de puntos en el que regalan corazoncitos para pegar en un panfleto).
El cajero de mi supermercado de confianza no calla. Realmente no tengo ni idea de qué dice, pero debe de ser algo como "aquí vienen las manzanas, qué sanas las manzanas", "buena época para los espárragos, sí señor", "son 28,70€. Muy bien, me das 30, debo devolver 1,30, aquí vienen los 30 y aquí detrás la monedita de euro. Que pase usted una buena tarde, o lo que queda de ella".
Sospecho que un día podría pasarse 10 minutos insultándome y yo le sonreiría.
Ese hombre ya me tiene que conocer, aunque sea de vista, y saber que ya ni le escucho. Pero claro, hay señoras que le ríen las gracias y el hombre habla más fuerte, si no para mí para que lo disfrute el resto de su público habitual.
O la opción de la cajera del otro día, que me soltó una sola frase que no entendí y pedí que me repitiera, pero no quiso.
Yo tengo mi repertorio de frases de supermercado, más que entender lo que me dicen busco entre la lista de posibles la que más se parezca a lo oído.
Esta vez no sé si me dijo que parecía que estaba dormido, que la compra era gratis por ser el cliente un millón o que tenía una tarántula subiendo por el hombro y era posible que me picara y muriera envenenado.
Y me fastidia, porque mientras no hable doy el pego: serio, formal, hasta intento poner cara de alemán. Pero cuando me hacen hablar es cuando me pillan, no me entero de nada. Si alguna vez quisiera ser espía tendría que trabajar callado para pasar desapercibido.

Lo que no consigo mirar es los tickets de compra. Por más que me los llevo a casa para estudiarlos en un rato, a la semana dando vueltas acabo tirándolos.
Y yo que pensaba que en par de meses me haría responsable para esas cosas.


jueves, julio 05, 2007

 

Lo que mata es la humedad

A veces pienso si me canso a mí mismo. Si hablo tanto solo (en casa, cuando voy en bici, cuando voy en metro y me he olvidado el libro en casa, en la biblioteca) que ya sólo me queda hablar del tiempo.
Me levanto por la mañana y me asomo a la ventana, pero con eso de que da a un patio interior lo que abarca de cielo es tan escaso que, en realidad, no me sirve para saber qué tiempo hará fuera.
Y empiezo a decirme qué buen día, o qué mal día, planifico el día completo. Si vuelvo a mirar 5 minutos después todos los planes pueden quedar en nada.

El tiempo es una típica conversación de ascensor. Sin embargo, apenas la he usado. Las pocas veces que he coincidido con alguien en un ascensor y se inició conversación (nunca por mi parte, y de esto no culpo a los idiomas) no solía ser el tiempo el centro de la conversación.
Tampoco lo llamaría conversación. Era más bien una frase, yo tardaba un rato en sonreir, procesar la frase, traducirla, entenderla, pensar respuesta ingeniosa, desecharla porque mi alemán no daba para tanto y al final contestar alguna tontería. Los aventureros aún insistían con una contrarrespuesta, yo volvía a seguir el procedimiento habitual y el otro se cansaba o llegábamos al destino.

Pero con otra gente sí que hablo del tiempo.
Dentro de lo malo, en este país es un tema que da bastante de sí.
Igual que por la mañana se puede comentar que el día es triste y gris, asqueroso, qué pena de tiempo, cualquiera diría que estamos en verano... por la tarde se puede hacer borrón y cuenta nueva: al final se ha arreglado el día, han dicho en la radio que dentro de 2 días empieza el buen tiempo, ya iba siendo hora, esta mañana ya se notaba un poco de bochorno...
Al día siguiente se puede repetir pero al revés, volverse loco después de tanto tiempo sin sol...
Y da mucho juego para el cuerpo también: "parece que te ha cogido el sol", "serán los rayos uva", "creo que me he resfriado", "me está cogiendo la alergia de primavera", "lo que mata es la humedad", "me encanta el olor a hierba mojada", "odio tener los pies mojados".

Lo que más me fastidia, en mi conversaciones a uno, es esta indecisión en las preferencias.
En invierno porque no hacía tanto frío como se esperaba y se podía salir de casa, se acabaron las tardes de cartas y pelis.
En primavera porque el calor no era normal, si en abril estaba así la cosa, mejor no pensar en el autobús en verano, lleno de gente sudando.
En verano porque ya nos hemos quedado sin él, antes de acostumbrarnos ya se nos ha acabado, ni piscina ni paseos por el parque.
Si hace frío porque lo hace; si no lo hace porque no es normal; si no llueve que hay sequía; cuando llueve qué se puede hacer; el sol porque achicharra; las nubes porque deprimen; si las noches son largas qué tristes; si el sol apenas da tregua no se puede dormir hasta el mediodía.
Demasiado tiempo libre para reflexionar.

Lo que me fastidia, sin ninguna duda, es que España esté tan feliz con su verano.

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