jueves, julio 05, 2007

 

Lo que mata es la humedad

A veces pienso si me canso a mí mismo. Si hablo tanto solo (en casa, cuando voy en bici, cuando voy en metro y me he olvidado el libro en casa, en la biblioteca) que ya sólo me queda hablar del tiempo.
Me levanto por la mañana y me asomo a la ventana, pero con eso de que da a un patio interior lo que abarca de cielo es tan escaso que, en realidad, no me sirve para saber qué tiempo hará fuera.
Y empiezo a decirme qué buen día, o qué mal día, planifico el día completo. Si vuelvo a mirar 5 minutos después todos los planes pueden quedar en nada.

El tiempo es una típica conversación de ascensor. Sin embargo, apenas la he usado. Las pocas veces que he coincidido con alguien en un ascensor y se inició conversación (nunca por mi parte, y de esto no culpo a los idiomas) no solía ser el tiempo el centro de la conversación.
Tampoco lo llamaría conversación. Era más bien una frase, yo tardaba un rato en sonreir, procesar la frase, traducirla, entenderla, pensar respuesta ingeniosa, desecharla porque mi alemán no daba para tanto y al final contestar alguna tontería. Los aventureros aún insistían con una contrarrespuesta, yo volvía a seguir el procedimiento habitual y el otro se cansaba o llegábamos al destino.

Pero con otra gente sí que hablo del tiempo.
Dentro de lo malo, en este país es un tema que da bastante de sí.
Igual que por la mañana se puede comentar que el día es triste y gris, asqueroso, qué pena de tiempo, cualquiera diría que estamos en verano... por la tarde se puede hacer borrón y cuenta nueva: al final se ha arreglado el día, han dicho en la radio que dentro de 2 días empieza el buen tiempo, ya iba siendo hora, esta mañana ya se notaba un poco de bochorno...
Al día siguiente se puede repetir pero al revés, volverse loco después de tanto tiempo sin sol...
Y da mucho juego para el cuerpo también: "parece que te ha cogido el sol", "serán los rayos uva", "creo que me he resfriado", "me está cogiendo la alergia de primavera", "lo que mata es la humedad", "me encanta el olor a hierba mojada", "odio tener los pies mojados".

Lo que más me fastidia, en mi conversaciones a uno, es esta indecisión en las preferencias.
En invierno porque no hacía tanto frío como se esperaba y se podía salir de casa, se acabaron las tardes de cartas y pelis.
En primavera porque el calor no era normal, si en abril estaba así la cosa, mejor no pensar en el autobús en verano, lleno de gente sudando.
En verano porque ya nos hemos quedado sin él, antes de acostumbrarnos ya se nos ha acabado, ni piscina ni paseos por el parque.
Si hace frío porque lo hace; si no lo hace porque no es normal; si no llueve que hay sequía; cuando llueve qué se puede hacer; el sol porque achicharra; las nubes porque deprimen; si las noches son largas qué tristes; si el sol apenas da tregua no se puede dormir hasta el mediodía.
Demasiado tiempo libre para reflexionar.

Lo que me fastidia, sin ninguna duda, es que España esté tan feliz con su verano.

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