martes, julio 10, 2007

 

La cesta de la compra

Los supermercados me pierden, me vuelven loco.
En el sentido literal, no me refiero a que no pueda vivir sin ellos, sino a que aquello parece un laberinto.
Ya no sé si soy más corto que el cliente medio, pero cada vez que entro salgo sin comprar la mitad de las cosas previstas.
Estoy seguro de que es una conspiración, cada dos días cambian las cosas de sitio y así no hay manera de enterarse.
Por otro lado, puede que yo pida la luna y no encuentro las cosas simplemente porque no están.
De los cuatro que tengo cerca de casa, sólo uno cumple las mínimas normas del orden. El más caro y en el que nunca hay gente a la puerta con una botella. Seré un pijo.

Tema aparte son las conversaciones con los cajeros.
Tres viajes necesité para aprender que en algunos sitios me preguntaban si tenía tarjeta de cliente. Dos viajes más para ser consciente de que la piden incluso por una compra de un euro.
Un poco más tardé en entender cuando me ofrecían corazones (otro programa de puntos en el que regalan corazoncitos para pegar en un panfleto).
El cajero de mi supermercado de confianza no calla. Realmente no tengo ni idea de qué dice, pero debe de ser algo como "aquí vienen las manzanas, qué sanas las manzanas", "buena época para los espárragos, sí señor", "son 28,70€. Muy bien, me das 30, debo devolver 1,30, aquí vienen los 30 y aquí detrás la monedita de euro. Que pase usted una buena tarde, o lo que queda de ella".
Sospecho que un día podría pasarse 10 minutos insultándome y yo le sonreiría.
Ese hombre ya me tiene que conocer, aunque sea de vista, y saber que ya ni le escucho. Pero claro, hay señoras que le ríen las gracias y el hombre habla más fuerte, si no para mí para que lo disfrute el resto de su público habitual.
O la opción de la cajera del otro día, que me soltó una sola frase que no entendí y pedí que me repitiera, pero no quiso.
Yo tengo mi repertorio de frases de supermercado, más que entender lo que me dicen busco entre la lista de posibles la que más se parezca a lo oído.
Esta vez no sé si me dijo que parecía que estaba dormido, que la compra era gratis por ser el cliente un millón o que tenía una tarántula subiendo por el hombro y era posible que me picara y muriera envenenado.
Y me fastidia, porque mientras no hable doy el pego: serio, formal, hasta intento poner cara de alemán. Pero cuando me hacen hablar es cuando me pillan, no me entero de nada. Si alguna vez quisiera ser espía tendría que trabajar callado para pasar desapercibido.

Lo que no consigo mirar es los tickets de compra. Por más que me los llevo a casa para estudiarlos en un rato, a la semana dando vueltas acabo tirándolos.
Y yo que pensaba que en par de meses me haría responsable para esas cosas.


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