viernes, junio 01, 2007

 

La alegría de la lengua

A veces los idiomas también dan satisfacciones.
Enseñan a reflexionar sobre las cosas de la vida, las diferencias culturales y las semejanzas culturales.

He aprendido que la envidia alemana es amarilla (el color verde se lo quedó la esperanza). Sigo sin entender ninguna de estas asociaciones abstractas de los colores.
Cuando algo les extraña, les viene de España. A mí las cosas que no entiendo me siguen sonando a chino, estos se quedan más cerca.
Los ratones alemanes, igual que los españoles, se ponen a bailar cuando el gato no está en casa.
La palabra "gratis" la utilizan con fluidez. Comprendo que "fiesta" sea sinónimo de "fiestón" porque se lo pasan muy bien de vacaciones en Mallorca, pero ¿es que aquí nadie da nada gratis y necesitan extranjerismos?
En lugar de darse de cabezazos contra la pared, la atraviesan con la cabeza.
El sol es mujer y la luna hombre. Evidentemente, aquí el sol nunca se llamará Lorenzo ni la luna Catalina. Sin embargo, la tierra sigue siendo mujer (que es la que trae la vida) y el cielo, que está encima, hombre.
De las cinco comidas aconsejadas al día (desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena) aquí sólo se pueden hacer tres, les faltan términos para nombrar al resto.

Con todo lo que se quejen los señores de la RAE de lo que descuidamos nuestro idioma, no tiene comparación a lo que hacen los alemanes, que tiran del inglés a la mínima oportunidad. Incluso cuando cogemos alguna palabra del inglés la pronunciamos como nos da la gana. Esto cada uno lo toma como bueno o malo (conservar la pureza del original o adaptarlo al propio idioma); unión de discusiones filosóficas con lingüísticas.

Me encanta que hasta el lenguaje gestual tenga sus diferencias según el idioma. Y me hace gracia (aunque en realidad debería irritarme) no ser capaz de usar gestos españoles en algunos casos porque en alemán lo expreso mejor.
Me divierte cuando escucho a un alemán usar regionalismos españoles que me cuesta entender. Lo que va después, que es su cara escéptica y que ponen en duda que sea español porque no los entiendo, no me agrada tanto.
Fue gracioso cuando me explicaron que se debe desayunar mucho (como un emperador), comer bien (como un rey) y cenar poco (como un pobre). Entendía todas las palabras, pero al emperador no lo veía superior al rey y me tuvieron que contar hasta la historia del país para entender la frase.
No me parece de recibo que los alemanes aprendan español tan rápido. Creo que esto debería ser más equilibrado: yo sufro con su idioma y ellos con el mío.
A veces veía en mi ciudad a grupos de estudiantes extranjeros que hablaban español, pasándolo mal. No entendía por qué disfrutaban pasando tan mal rato. Ahora lo veo claro: la unión hace la fuerza, se creían los pobres que juntándose todos conseguirían al menos hacerle una heridita al idioma. Ilusos, yo también lo intento y estoy viendo claro que eso nunca pasará.

El último descubrimiento que me tiene encandilado es la ambigüedad que conlleva la frase "Ich bin in Berlin verliebt".


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