martes, enero 09, 2007

 

Verde que te quiero verde

Desde siempre había pensado que los alemanes eran muy ecológicos.

Seguro que había parte de leyenda en eso, pero también había bastantes pruebas.

No he conocido a muchos vegetarianos, pero de una u otra forma siempre estaban relacionados con Alemania (eran alemanes, los he conocido en Alemania...).

Las calles están poco iluminadas para ahorrar energía (o dinero, que también son un poco tacaños), tienen parques por todos lados (aunque lo de Berlín llega al punto de que alguna vez he encontrado un zorro a la salida de la oficina), aún siguen siendo punteros en energías renovables (hasta que en España empezaron a subvencionarlo y las eléctricas montan molinos de viento aunque no sean rentables), les encantan los animales (y educan a los perros mejor que en España), montan unas muy gordas cada vez que sale el tren de residuos de las centrales nucleares (claro que ahora que los rusos cortan el grifo del gas quizá deberían replanteárselo), casi siempre han tenido un partido verde en el parlamento, usan la bici sin que eso signifique que son menos que los conductores, el tren funciona bastante bien (y el transporte público en Berlín no digamos), los supermercados no venden latas de refrescos porque son difíciles de reciclar (sólo botellas con casco retornable que luego muchos se encargan de rebuscar en las papeleras para ganar dinero -hasta en algunos bares cobran 1€ por el vaso que devuelven al entregarlo de vuelta-) ...

Al llegar aquí se me cayeron algunos mitos, por ejemplo llevan muchos años con la separación de residuos, pero no todos le hacen caso, no respetan tanto las bicis.., detalles que hacen que el resto pierda valor.

Y lo último ha sido la Navidad. La resaca navideña, más bien. Me encuentro por las calles los abetos tirados, cortados por el tronco (ni raíces ni nada), ya han cumplido su función durante un mes y un camión pasará para recogerlos.

Con toda la que montan en España para que la gente no compre abetos naturales, que si lo hacen sea con raíces y luego los trasplanten.
Nada, se compra, se usa y se tira, ¿para qué más?

Decepcionante, me ha entristecido descubrirlo; aunque no está claro si es mejor el árbol natural, biodegradable, que el de plástico, que se usa varios años pero tarda muchísimos en descomponerse.

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